martes, enero 17, 2006

VOLAR EN TUNQUÉN.



Gonzalo Pérez nos manda este regalo

El águila es reina suprema de los espacios luminosos de Tunquén; alas que se curvan gozosas hacia arriba, pecho blanco, destello dorado detrás de la cabeza, y el volar sereno de la felicidad. A veces la vemos detenida en pleno vuelo, aleteando su rito de cacería, ojo de águila, lista la picada letal sobre quien se mueve pequeñito entre los boldos.

Los tiuques osan competirle sin de verdad creer que puedan molestarla. Pardo plumaje, alas de punta blanca que reman incansables en el viento, los tiuques gritan estridentes, pendencieros, hasta elevarse triunfantes con un roedor o una culebra agitándose entre sus garras.

Muy serios planean en lentas espirales los jotes de sombría envergadura; la cabeza desnuda y colorada, las alas terminando en plumas largas como dedos. Fieles a su misión de reciclaje., observan imparcialmente el vivir y el morir de las criaturas mientras se deslizan sin apuro por los invisibles senderos del aire.

La danza nupcial de los halcones de cola rosada es un encantamiento en el cielo de primavera: macho y hembra desplegando plumas de belleza transparente en un embeleso erótico de remolinos blancos y abanicos rosados, con la seducción hipnótica de su chillido resonando lejos mientras se elevan, en éxtasis, hasta perderse en el azul.

Gonzalo Pérez, en Tunquén del Mar.

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